El eterno retorno
Cuando llegamos a El Remate en Amaicha del Valle refrescamos los pies en los canales que llevan agua hasta la laguna, y nos sentamos a la sombra de un sauce. Un accidente dentro de la mochila provocó que parte de la yerba faso se mezclase con la yerba mate. No nos importó, pero el mate tenía un gusto a faso imponente. Le convidamos a una chica que pasaba, y le gustó tanto que se sentó a contarnos, con su acento tucumano, que había venido a pasar unos días en Amaicha porque tenía unos familiares, y luego seguiría un recorrido muy parecido al que teníamos en mente con mis amigos. Era muy linda, colorada, y con un flequillo distintivo. Se fumó un par de cigarros mientras nos charlaba de la vida, al rato se levantó y se despidió con una sonrisa agradeciendo los mates, no sin antes decirnos lo ricos que estaban. A diferencia de la mayoría de las personas que nos cruzamos por esos días, no la volvimos a ver nunca más. ¿Qué habrá sido de la vida de la colorada anónima?
Es gracioso cómo funcionan esas cosas, o al menos raro. Hay personas con las que mantenemos una conexión física que trasciende el tiempo y el espacio, y jugamos a las escondidas por años. Espiralamos alrededor de una relación que a veces incluso llega a asomar, pero nunca se termina de concretar, mientras que otras casi sin esfuerzo se nos pegan como un chicle en la suela. Me niego a pensar que hay solo azar, más bien creo que se trata de azahar, como los tucumanos. Después de todo está probado que percibimos cuatro dimensiones de muchas más, potencialmente trece, pero este universo las mantiene aplastadas y no las sentimos. Estas conexiones tal vez habiten en esas otras.
En mi pueblo natal, al menos durante mi infancia, florecía el esoterismo. Las brujas y los brujos podían curar el empacho con una cinta (un clásico), la ojeadura con un recipiente con agua y algunas gotas de aceite, los nervios (contracturas musculares) con un vaso de agua y granos de trigo, y las hemorroides con una higuera, entre tantos otros hechizos paganos. Por supuesto que las tiradas de cartas estaban a la orden del día. Un amigo de uno de mis hermanos que tiraba las cartas con la baraja española afirmaba que podía hacer una tirada y que si volvía a intentar algunas veces en el curso de la noche las cartas iban a salir en el orden exacto en el que había salido en la primera. Nunca lo probamos, después de todo la vida es demasiado corta para perder el tiempo con decepcionante empirismo.
Así que pareciese haber una conexión con esa idea de la que hablaban los estoicos y Nietszche sobre el eterno retorno, pero no a lo largo de toda una vida sino algo más breve, una mini vida dentro de una vida, incluso una tarde como esa en Amaicha. Estas personas que tuvieron un impacto significativo en nuestra mini vida anterior, y luego no volvimos a ver más, pero con las cuales todavía compartimos experiencias. Con algunos satelitales que desconocemos compartimos ex novies. Y todas las historias son así, incluyendo este relato. Nos fascina la repetición, o la repetición está fascinada con nosotres. La música es repetición, el día a día es repetición, coger es repetición. Si no me creen sepan que todo lo que estoy contando es verdad, y si no lo es, diría el Negro Álvarez, lo será cualquiera noche de estas. Lo cierto es que a la colorada anónima no la volví a ver nunca más, y la extraño.